En 2011, Faith Kipyegon se encontraba en las praderas del parque Uhuru Gardens de Nairobi, en Kenia. Ese día, el viento acariciaba las briznas de hierba bajo sus pies. Tenía 16 años y participaba en la sección junior del campeonato nacional de Kenia de campo a través, una de las carreras más competitivas del mundo: un veloz recorrido de 6 kilómetros que surca el terreno escarpado del Valle del Rift keniano. Tras repasar el recorrido tranquilamente, la única variable que puso a Faith en alerta fue la tierra que pisaba. "Eché un buen vistazo a la hierba, la noté blanda y le dije a mi coach que correría sin zapatillas, que iba a correr descalza", explica la atleta. Y lo hizo.
Con 30 años, Faith Kipyegon sigue sintiéndose como aquella muchacha descalza que se veía capaz de correr cualquier distancia. Este verano en París se ganó el estatus de leyenda al convertirse en la primera atleta, tanto de categorías masculinas como femeninas, en ganar tres medallas de oro consecutivas en la prueba de 1.500 metros. La temporada que hizo en 2023, en la que batió récords mundiales en 1.500 m, en la miella milla y en los 5.000 m, está considerada una de las temporadas individuales más grandes de la historia del atletismo. Incluso tras tantos éxitos, su identidad como atleta ha cambiado mucho con la llegada en 2018 de su compañera de entrenamiento más joven: su hija Alyn.
En este reportaje, Faith habla de su impactante carrera, su vida como madre y corredora, lo que exige Alyn tras una victoria de su madre y muchos temas más.
Siempre me he sentido cómoda corriendo descalza. La primera vez que llevé zapatillas con clavos fue cuando empecé a competir a los 14 años. Me gustaba tenerlas, pero me costó mucho sentirme igual de cómoda que descalza. De hecho, había veces que me negaba a ponérmelas. Todavía me cuesta creer que corro con las zapatillas más rápidas del planeta.
En Kenia, todos los niños y las niñas comparten la pasión por el atletismo. Crecí en un pueblecito llamado Ndababit, en el condado de Nakuru, a unos 225 kilómetros al oeste de Nairobi. Desde preescolar y hasta secundaria, corríamos cuatro kilómetros hasta la escuela, hacíamos el mismo camino a casa para comer, volvíamos corriendo otra vez y repetíamos a la salida.
Quiero que cuando la nueva generación me vea competir vea libertad, la libertad de ponerte retos de la forma que tú quieras. La temporada que hice en 2024 fue preciosa. Me siento muy agradecida por haber competido en París en la prueba de 5.000 m, y en la de 1.500 m, varios días después. Cuando tuve en mis manos la medalla de plata tras la carrera de 5.000 m, la aparté para poder concentrarme en mi sueño: el oro en los 1.500 m. Debía tener fortaleza mental para alcanzar la gloria en los 1.500 m.
Ser madre me da la vida como corredora. Lo hago todo con más fuerza desde que tuve a mi hija Alyn. Ella es testigo de mi compromiso y mi trabajo duro. Durante la temporada, entiende perfectamente que tenga que entrenar de lunes a sábado y que solo tenga un día para dedicárselo a ella. No es fácil, pero es consciente de los sacrificios que estoy haciendo. Me motiva para que lo dé todo.
Hablo con mi hija antes de cada carrera. Suele decirme siempre lo mismo. Me desea lo mejor y quiere que vuelva a casa con chocolate y, por supuesto, la medalla de oro.